miércoles, 14 de octubre de 2009

DE POCINHO A RÉGUA

Liberado de esa especie de corsé maravilloso que son Los Arribes, el Duero entra de lleno en Portugal y se hace río de verdad.



Nos habían hablado de este viaje y no tardamos más de lo necesario en tomar la decisión: ¡Vamos! Y así lo hicimos, predispuestos a disfrutar y vaya si disfrutamos.



El río se hace anchuroso despacio, como tomándose su tiempo en desbordarse por las riberas, los taludes de la zona fronteriza, se van transformando poco a poco, en suaves laderas, donde olivos, naranjos y sobre todo viñedos se enseñorean del paisaje.



¿Está bien, verdad? Pues hay más. Por si fuera poco, al delicioso vértigo de colores, se une el viaje en tren, en tren de los de antes, no la alta velocidad que está muy bien para viajar deprisa. Y es que aquí, lo que uno quiere es viajar despacio, empapar los sentidos de todo lo que nos rodea y, si el tiempo acompaña, como fue el caso, bajar la ventanilla y aspirar los olores, sentir el aire, y ver, disfrutar con esta auténtica sinfonía de la naturaleza.


La Línea del Duero fue comenzada por el estado portugués en 1873 y tardó aproximadamente 6 años en finalizarse.

El ferrocarril de Porto a Régua estaba en servicio en 1879. Los habitantes de Tras-Os-Montes, nuestra región vecina de Portugal, eran partidarios de que el trazado siguiera por sus tierras, haciendo honor al nombre de la línea (del Duero), hasta enlazar con Zamora, que entonces ya estaba unida con Medina y de ahí a Irún y el resto del continente. Sin embargo el gobierno portugués optó por seguir desde Pocinho a Barca d'Alva, frente a la provincia de Salamanca. Posteriormente se inició la construcción de un ferrocarril de vía estrecha desde Pocinho para seguir por Los Arribes hasta Zamora. Nunca llegó a alcanzar la frontera, quedándose en el pueblo de Duas Igrejas. Claro que peor fue en el caso español, aquí los gobiernos, de sobra lo sabemos, siempre han sido muy dados a dejarnos abandonados, para nuestra vergüenza los pocos pasos que se han dado, siempre han sido iniciativa portuguesa.


De cualquier manera, el viaje resulta de lo más gratificante, con las laderas de las montañas plagadas de bancales preparados para el cultivo de las viñas, que se van acostando sobre el Duero. Múltiples muros de conteción apuntalan el trazado de la vía. Los modernos barcos turísticos y los barqueiros que navegan desde siempre el río transportando el vino hasta Porto, acompañan nuestro discurrir por este paisaje de delicia salpicado por blancas casas y villas sobre colinas de considerable altura (a unos 1.400 mts.) a ambos lados del río. La panorámica que se ofrece a nuestros ojos es espléndida, con estaciones como la de Pinhao, decorada con azulejos con escenas de la vida cotidiana y de trabajos agrícolas, el paisaje soleado con casas cubiertas de parras, los senderos que serpentean entre las terrazas y las grandes casas solariegas en el centro de las quintas donde se elabora el Oporto, generalmente con cipreses plantados a lo largo de la entrada principal y los nombres pintados ya al principio de la ladera. En lo alto, algunos pueblos asentados en lo que parece un difícil equilibrio sobre la cumbre.


La Companhia dos Caminos de Ferro de Portugal, nos llevó por estos encantadores lugares, con sus estaciones y apeaderos tan pintorescos: Pocinho, Freixo de Numao, Vesuvio, Vargelas, Ferradosa, Alegría, Tua, Pinhao, Ferrao, Covelinhas y Régua. Ahí nos quedamos nosotros para regresar por el mismo camino a España, pero el ferrocarril continúa su viaje hasta Porto. Tal vez algún día volveremos para acabar el trayecto, tampoco estaría nada mal hacerlo en uno de los barcos de pasajeros que desde Régua nos llevan hasta el Atlántico.



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