miércoles, 29 de enero de 2014

AMISTAD

Una noche de verano de 1839, la goleta española La Amistad, navega por aguas del Caribe desde La Habana hasta Puerto Príncipe, en sus bodegas viajan hacinados 53 esclavos negros, parte de un grupo de 500 que fueron llevados ilegalmente en la nave portuguesa Tecora, desde Sierra Leona hasta Cuba.
Uno de ellos, Sengbe Pieh llamado Joseph Cinqué (Djimon Hounsou) por los blancos, consigue liberarse de sus cadenas y hace lo propio con el resto de sus compañeros, matan a la tripulación y perdonan a los dos propietarios de la carga, los cubanos Ruiz (Geno Silva) y Montes (John Ortiz), a quienes ordenan que les lleven de regreso a África. Sin embargo, estos, engañan a los africanos y dirigen el barco hacia el norte, a las costas de EE.UU., donde son avistados varias veces, hasta que el bergantín Washington, toma La Amistad y a los esclavos bajo custodia y los conduce a Connecticut, donde serán encarcelados y sometidos a juicio. Varios demandantes se presentarán ante la corte que juzga el caso reclamando sus derechos: la Corona española, la Secretaría de Estado norteamericana, los traficantes cubanos, los oficiales del barco que los ha llevado hasta allí y un grupo de abolicionistas. Incluso, el octavo presidente de la nación, Martin Van Buren (Nigel Hawthorne), se interesa por el asunto al ver peligrar su reelección.


Con este film, Steven Spielberg debutaba con su propia productora, Dreamworks Pictures, que acababa de crear. El guión se basa en hechos reales, aunque son acomodados, incluso en determinadas situaciones o personajes, totalmente alterados o inventados.


Técnicamente la película es impecable, muy bien fotografiada, con una banda sonora que, sin ser nada del otro mundo, está bien, echando mano de algunas piezas de música clásica y ambientación acorde con los medios disponibles, es decir, espléndida.


El film cuenta con un elenco de renombre, bien es cierto que alguno de ellos da toda la sensación de servir como reclamo más que otra cosa. Quizá el caso más patente sea el de Morgan Freeman, que al principio parece que va a tener una actuación relevante y después, su presencia se va diluyendo sin apenas diálogos, o el de Anna Paquin dando vida a una patética Isabel II de España.
Anthony Hopkins, que interpreta al expresidente John Quincy Adams, actuación muy personal y muy lograda, tiene una larga escena, yo creo que pensada para él (aunque al parecer se había contactado con Sean Connery, aunque vaya usted a saber), nada menos que 7 minutos de speech, ante la Corte Suprema de EE.UU., que rodó en una sola toma. No me extraña que Spielberg no se atreviera a llamarle de otra manera que Sir Anthony.


La forma de contar la historia puede dar lugar a críticas varias, desde que puede parecer tramposa, hasta quien vea en ella una denuncia contra la esclavitud. Spielberg narra los hechos de manera que los negros sean los buenos del film y los tratantes de esclavos los malos de la película, pero envolviendo todo con una dosis de moralina y de recursos extemporáneos que estropean un tanto el mensaje. Nos presenta a unos ingleses guardianes de los mares, intentando impedir el comercio de esclavos y a unos norteamericanos más preocupados por las consecuencias internas que pueda tener el asunto, en relación a la ya latente guerra civil, que a los derechos de los africanos. En realidad, en los juicios sucesivos, lo único que trata de dilucidarse es si los detenidos nacieron libres o esclavos, son tratados como una mercancía cualquiera y se trata de ver si alguno de los reclamantes tiene derecho a ella o han de ser devueltos a su país de origen por haber sido sacados de allí de forma ilegal, por eso resulta un poco chocante el discurso final de Hopkins que, aunque resulte tremendamente emotivo, suena a demagogia del guión.




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