martes, 11 de noviembre de 2014

LA GRAN SULTANA

La protagonista de esta obra es doña Catalina de Oviedo, una cautiva cristiana que llega a enamorar al Gran Turco, hasta el extremo que éste se somete a todos sus deseos. A la historia de doña Catalina de Oviedo se añaden otras paralelas, como en las comedias de Shakespeare, siendo la más destacada, por su condición insólita, la de los enamorados cautivos Clara y Lamberto, llamándose Clara con el nombre morisco de Zaida, y Lamberto con el de Zelinda, pues se hace pasar por mujer, para poder seguirla al serrallo. Al final, ambos amantes se encuentran en una situación bastante comprometida, pues, como resume Lamberto, dirigiéndose a su enamorada Clara o Zaida: ¿Qué habremos de hacer, señora, / yo varón y tú preñada?. Situación de la que los saca doña Catalina de Oviedo
De entre las comedias cervantinas, acaso sea La gran sultana la que ha tenido una trayectoria crítica más dispar. Y es cierto que nada está del todo claro en una obra que, si comienza en los dominios de lo trágico, deviene casi por las buenas en la comedia que anunciara Cervantes cuando la dio a la imprenta. La suma de azares y contradicciones que se entreteje en la trama ha hecho que una parte de sus lectores la hayan interpretado como una ópera bufa, mientras que para otros escondía un canto a la tolerancia religiosa, un batiburrillo de complicaciones sexuales o incluso una propuesta sobre la política española en el Mediterráneo. Es posible pues, que, como sugiere Robert Marrast, tras la ligereza de su asunto se deje entrever una cierta gravedad simbólica, aunque el problema consiste en determinar con exactitud hacia donde apunta esa trascendencia.
Doña Catalina de Oviedo es un personaje de la estirpe de Jerónimo de Aguilar, de quien cuenta Diego de Landa en su Relación de las cosas de Yucatán, que, hallándose prisionero de los mayas, no renunció a sus creencias cristianas ni a sus vestiduras europeas, aunque fueran andrajosas, y así, cuando volvió a encontrarse con españoles, les dijo: «Hoy es miércoles», para demostración de que no había perdido la cuenta de los días, según su calendario. Doña Catalina, prisionera de los turcos (que ahora quieren ser europeos, ¡quién se lo hubiera dicho a Cervantes!), se niega a abrazar la religión mahometana, a cambiar su nombre de cristiana por el de mora, y a vestir como mora. Y aunque ha de pasar por esto, vuelve a usar las ropas de cristiana a la primera oportunidad que se le presenta.



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