viernes, 17 de julio de 2015

DE LA TIERRA A LA LUNA

Terminada la Guerra Civil norteamericana, la industria armamentística está en crisis. Uno de los miembros de la sociedad internacional que agrupa a los fabricantes de armas, Victor Barbicane (Joseph Cotten), convoca a los socios para anunciarles que ha descubierto una energía inagotable y de gran potencia, a la que bautiza como Poder X.
Su idea es producir un arma de gran poder destructivo y vendérsela a los gobiernos del mundo, en la seguridad de que, al poseerlo todos, el sentido de supervivencia del ser humano, haga que no haya más conflictos bélicos por el miedo al empleo de dicha arma que provocaría la destrucción del mundo.
Para demostrar el poder destructivo del Poder X, Barbicane pretende enviar un proyectil a la Luna que estallaría al llegar allí y sus efectos demoledores serían observados desde la Tierra. Sin embargo, el Presidente de los EE.UU., le comunica en una reunión secreta, que varías potencias extranjeras han manifestado que tal demostración sería considerada como un acto de guerra, por lo que solicita a Barbicane un gesto de patriotismo y que desista de su empeño. Es entonces cuando el científico, cambia sus planes y planea enviar una misión tripulada a la Luna.


No es precisamente esta novela de las mejores de Verne, pero sí de las que han causado un impacto mayor a la hora de estudiarla pasado el tiempo porque, si en muchos de los textos del autor francés se habla de inventos que fueron realidad en el futuro, en esta aparecen dos de los más llamativos (para bien o para mal): los cohetes espaciales y la energía atómica.
Normalmente las novelas de Julio Verne, aparte de la aventura que narran, contienen un compendio de datos y curiosidades científicas (muy bien narrados, por otra parte) que suponen una dificultad a la hora de trasladar aquello a la pantalla, compensando la eliminación del texto que contiene todos esos datos y manteniendo el interés del relato.
La película que, digámoslo de una vez, es mala, comienza despertando una cierta esperanza en el espectador con su discurso sobre las posturas encontradas entre los partidarios de las armas o sus contrarios (pacifistas diríamos hoy), representados estos en el archienemigo de Barbicane, Stuyvesant Nicholl (George Sanders), un debate, por cierto, muy norteamericano, que sigue vigente en la actualidad.
Pero todo aquello se va desinflando a marchas forzadas para derrumbarse de manera estrepitosa a partir del momento en que embarcan en la nave espacial.


La RKO estaba en liquidación, esta fue su última película y se nota una especie de desidia, representada en el penoso deambular de dos buenos actores como Joseph Cotten y George Sanders, acompañados de una Debra Paget en plan florero. Para acabar de rematarlo, unos efectos especiales que debieron dar lástima ya en su momento.
Al final, aquello acaba de mala manera y cuando nos estamos preguntando qué ha sucedido con los tripulantes de la nave (todas la escenas que transcurrían en la Luna fueron suprimidas), de repente aparece Carl Esmond interpretando a Julio Verne lanzando un breve speach y ¡zas!, se acabó.




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