jueves, 22 de octubre de 2015

MOUTON, LA MASCOTA DEL REGIMIENTO

A principios de diciembre de 1808, las tropas francesas atraviesan por un vado el río Esla, a la altura de Benavente, ya que el puente de Castrogonzalo había sido volado por orden del general inglés John Moore, se dirigían hacia Astorga persiguiendo al ejército británico que acometía una retirada estratégica.
Aún recuerdo ver, en casa de un amigo de mi padre, algunos vales escritos en francés y entregados a los lugareños por oficiales gabachos a cambio de cebada para los caballos, vales que, huelga decirlo, nunca serían canjeados por su valor en metálico.
Las tropelías que cometieron primero los ingleses y luego los franceses, son innumerables, la que más repercusión tuvo, la práctica destrucción del castillo-palacio de los Condes-Duques, en que los galos rapiñaron lo que quisieron, llevándose tapices y cuanto objeto encontraron, ocupando sus salas y utilizando todos el mobiliario, puertas y ventanas incluídas, para encender fuego, con el que aliviar las frías noches del diciembre mesetario. Las paredes de las dependencias interiores quedaron chamuscadas y fue el inicio de un lento declive para tamaña fortaleza de la que uno no se puede hacer más que una vaga idea de lo que fue por el único resto que pervive, la imponente Torre del Caracol, hoy parte del Parador Nacional Fernando II.
El caso es que el otro día, encontré en una página francesa (http://moustache-empire.pagesperso-orange.fr/mouton_la_mascotte.htm) una jugosa anécdota referida a la mascota de un regimiento, un perro llamado Mouton, que dice así más o menos:
Durante la campaña de Rusia, un sargento vio ante él a una persona, un soldado, al que reconoció, que caminaba encorvado bajo el peso de algo que llevaba en su mochila. Era un perro. «¿Es para comerlo?», preguntó el oficial. «No —respondió el soldado llamado Daubenton—. Preferiría la carne de cosaco» y, furioso, añadió: «¿No reconoces a Mouton? Tiene las patas congeladas y no puede andar». El caniche Mouton era la mascota del regimiento de fusileros. Recogido en 1808 en España, cerca de Benavente, había asistido a las batallas de Essling y de Wagram, antes de volver a España en 1810 y 1811.
Extraviado en Sajonia, siguió a un contingente de «su» regimiento que pasaba por allí y así reencontró a sus dueños en Moscú. En Wilna, a 28º bajo cero, las patas de Mouton se congelaron y Daubenton decidió abandonarlo, pero el perro trataba de seguirlo, cayendo una y otra vez sobre la nieve, Daubenton se dejó vencer por la ternura, y  se aventuró a llevarlo sobre sus hombros. Quiso la casualidad que un sablazo destinado a su dueño hiriera a Mouton, que desapareció en medio de la tormenta.
Cuando el soldado salió a buscar al perrito por la estepa, creyó oír el aullido lastimero de la mascota. Cuando la encontró, Mouton tenía el lomo cruzado por un tajo que dejaba al aire el espinazo. Al sentir la presencia del buen samaritano, el perrito trató de incorporarse y el esfuerzo lo fulminó.




4 comentarios:

  1. Joder pobre perro, fiel y valiente; a este chucho lo tenían que haber canonizado, pero vamos sin duda alguna. A otros curas y frailes con menos motivos los hacen.

    Abrazo Trecce.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tienes toda la razón Rafa, por eso llamar animal a un hombre, como insulto, no siempre es apropiado, porque en algunos casos, ya quisiéramos ser como ellos.

      Eliminar