viernes, 20 de noviembre de 2015

EL GRAN GATSBY

Nick Carraway (Sam Waterston) visita a su prima Daisy (Mia Farrow) que vive en el elitista East Egg de Long Island, a diez millas de Nueva York.
Daisy vive en una lujosa mansión con su marido, Tom Buchanan (Bruce Dern), un tipo de modales toscos.
Nick ha atravesado la bahía en un bote, desde el West Egg, el barrio menos elegante en el que vive en una cabaña, junto a la imponente casa de Jay Gatsby (Robert Redford), personaje adinerado y misterioso que da grandes fiestas en su jardín a las que asiste la flor y nata de la sociedad neoyorkina.
Jay está enamorado de Daisy, de la que se distanció por culpa de la guerra. Ella había prometido esperarle, pero se casó con Tom que le ofrecía una vida regalada gracias a su posición económica.
Tom, por su parte, engaña a Daisy, su último desliz, lo vive con Myrtle Wilson (Karen Black), una mujer casada, a la que proporciona todo tipo de caprichos cada vez que le acompaña a la ciudad.
Gatsby está empeñado en recuperar a Daisy, para lo que convence a Nick de que la invite a tomar el té en su casa y encontrarse con ella aprovechando la vecindad. El reencuentro trae felices recuerdos a Daisy, que empieza a considerar la posibilidad de abandonar a Tom, pero el destino también jugará sus cartas.


Basada en la famosa novela de F. Scott Fitzgerald, el guión comenzó a ser escrito por Truman Capote, en cuyo proyecto, Nick era homosexual y Jordan Baker (Lois Chiles), una vengativa lesbiana. Pero Capote fue despedido y el guión lo terminó Francis Ford Coppola que eliminó estas connotaciones homosexuales tan explícitas en los dos papeles, aunque de algún modo están latentes.
Nick, al igual que en la novela, es el narrador de esta historia que persigue retratar a la sociedad acomodada y superflua de la Noerteamérica de entreguerras, entregada al lujo y la diversión, formada en buena parte de nuevos ricos que han alcanzado posición gracias al comercio prohibido de alcohol y a sus relaciones con grupos mafiosos, antes de que el falso tinglado se viniera abajo con el crack del 29.


Con una fotografía preciosista, casi empalagosa por momentos, recreándose en las imágenes que proporcionan los espléndidos exteriores. Cuidados hasta el detalle el vestuario y la ambientación, la película, no obstante, se hace algo larga y, aunque las interpretaciones están bastante conseguidas, con un Redford en forma y el atractivo de la fragilidad etérea de Mia Farrow, bastante bien acompañados por unos estupendos secundarios, la historia no acaba de enganchar con el espectador, al menos en mi opinión, aunque es cierto que tiene pasajes brillantes en los que parece que vamos a entrar en el clásico de Scott Fitzgerald, pero no acaba de rematar.




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